Cada vez que hago de cuentacuentos, me brillan los ojos y me convierto en un niño.
Entonces de repente, tarareo la canción de “D’artacán y los 3 mosqueperros”, grito emocionado “por el poder de Grayskull”, engancho los último cromos Danone de mi colección de “Willy Fog”, y por supuesto…me tomo un helado Twister Choc. Es como si por arte de magia volviera a la hora del recreo, al pan con chocolate, al “churro media manga mangotero”, a mis amadas redacciones, a los caramelos de peseta, al Tang, a la rubia aquella que me gustaba tanto y que al final no se casó conmigo.
Da igual el cuento que les explique a los 3, 5, 10 o 20 niños que tenga delante, da igual si es un Oliver Jeffers, un David Wiesner, “Blancanieves” o “El origen de Superman”. Lo que mola, lo que brilla, lo que realmente es un milagro…son sus caras. Esas miradas brillantes, esos rostros boquiabiertos, esa magia en el ambiente. Y entonces, lo palpo, lo noto, lo siento…estoy allí con ellos, con esos niños, porque si, vuelvo a ser un niño, o mejor dicho, el niño que llevo dentro, sale al patio y se pone a jugar al escondite.
No, no soy un cuentacuentos, no me dedico profesionalmente a ello, y admiro profundamente dicho oficio. Sin embargo, las veces que he podido hacer de cuentacuentos, he podido saltar de charco en charco con botas de agua, he podido repetir una y otra vez los diálogos de mis pelis favoritas, he podido construir un tirachinas casero, he podido bailar el “ball del fanalet” sin que éste se me quemara, he podido hacer la digestión en menos de dos horas (¡lo juro!), y por supuesto, he podido transportarlos a mundos mágicos que jamás ni ellos ni yo hubiésemos imaginado.
Entonces…dejo que me interrumpan, es más, adoro que los niños me interrumpan mientras les explico el cuento. Lo sé, soy un cuentacuentos atípico, pero una vez estoy allí frente a ellos y entro en su mundo, es todo tan maravilloso, que todo fluye, que todo es vida, que todo es juego, magia, diversión…Y es entonces cuando me doy cuenta de lo rápido que pasa todo, de las prisas que tiene todo Dios para que estos pequeños se hagan grandes (cuando debería ser lo contrario), de lo listos que son, de lo agradecidos que son, de lo maravilloso que es ser un cuentacuentos, pero más maravilloso es ser un niño.
Recuerdo una y otra vez la frase con la que empieza la fantástica película “Heroes”, escrita por Albert Espinosa: “Niños…no tengáis prisa en crecer”.
Y tampoco tengamos prisa en que crezcan…
Cada vez que hago de cuentacuentos, me brillan los ojos y me convierto en un niño.
Cada vez que hago de cuentacuentos…me siento el niño más afortunado del mundo.
Este sábado volveré a ser un niño.
Es que es lo mejor del mundo.. ser cuentacuentos… yo lo suelo hacer «profesionalmente» y puedes tenerlo todo preparado pero… los niños son los que llevan el hilo porque… no pueden estarse quietecitos sólo escuchando.. y entramos todos a formar parte del cuento… así que te entiendo que disfrutes tanto …
Contar cuentos a los niños es maravilloso por la carita que ponen. Hacerles voces, cambiar la historia y ver sus caras de sorpresa es increíble. Qué satisfacción que nos escuchen así. Qué gusto poder comunicar tanto a través de los cuentos
Me duele estar fuera este funde. Mucho.
Niños pequeños y niños grandes, sé que lo pasaréis de fábula 🙂
A mí me encanta el vinilo infantil de Chispum… No crezcas, es una trampa.
Cuánta verdad!!
Recuerdo mis añitos currando en animación y tiempo libre, sacándome unos eurillos haciendo cuentacuentos, goboflexia y coñas de estas. La verdad es que pocas formas mejores hay de enganchar a un crío y sacarle una sonrisa o una cara de alucine, que con una buena historia o un buen pretexto que alimente su imaginación.
🙂
leyendo tu post a mi me entran ganas de ir a un cuenta cuentos…me imagino como disfrutaron el sábado esos niños…y tu! Yo no sé contar cuentos, pero lo considero un arte. Los cuentacuentos…y los titeres 🙂