Crianza

LA MALDICIÓN DE LA YAYA «KUKI».

Carlitos Dracula

Hay una maldición que pesa en mi familia por parte de madre desde hace mucho tiempo. Empezó hace muchos años y quien la creó, llamó a las fuerzas del más allá o de no se dónde, la invocó o  como queráis llamarlo…fue mi abuela «Juanita» o sea la yaya «Kuki». Mi abuela es la persona más buena del mundo, la más maravillosa, y ella si que se ha ganado una estatua en cada esquina de esta ciudad, sin embargo de joven, hizo algo que cambio nuestras vidas para siempre. Y es que mi madre, o sea su hija, cuando era pequeña lloraba mucho: «Buff, se pasaba el día llorando…tu madre lloraba por todo «. Me dijo un día hace poco con esos ojos de haber vivido cosas que jamás imaginaríamos, con esos bonitos ojos cansados y  muy bien escondidos detrás de sus míticas gafas que se ponen oscuras cuando le dan el sol. Y fue entonces un día de esos, de lloros y protestas, de rabietas,  cuando la yaya «Kuki» le echó a mi madre una maldición, era un día que llovía, llovía mucho, había rayos y truenos, una tormenta de aquellas que dan miedo, y el día para «Juanita» había sido agotador en el trabajo (dejarme que lo exagere todo un poco, rollo peli, venga). Así que después de que  la «Consuelito», o sea mi madre, se quejara por todo, llorara por todo, dijera negro y luego blanco y volviera casi loca a mi santa abuela…la «Juanita» la miró a los ojos y le dijo apenas sin pestañear: «Sólo deseo que tengas un hijo cómo  tú!».

En ese mismo momento un rayo alcanzó un árbol, y este cayó encima de un coche destrozándolo por completo, provocando los gritos entre los vecinos y los lloros de los niños del parque. Al cabo de unos años….nací yo.

Con poco tiempo de vida, mi madre pudo comprobar que la maldición se había cumplido, y el pequeño Carlos  era como la pequeña «Consuelito»…o me da que más incluso. Y es que yo también lloraba por todo…pero había más…mucho más, empecemos pues:  para que hiciera la siesta, mis papás tenían que hacer un sinfín de paseos con el coche y sólo así me dormía, cuando me  comía un yougurt le tenían que sacar la tapa al completo, sin ningún trocito de papel en el vaso, sino el yogurt «tenía pupa». Si me ofrecían de comer algún pastel o similar que tuviese crema, el pequeño Carlos se ponía histérico llorando y diciendo: «nooo, crema, nooo!», pensándose que aquello quemaba. y las comidas?? buff, pero sin duda las comidas eran el momento en mayúsculas, o cómo me dijo mi padre: » el greatest hit, de todos!». Y es que la única manera para que comiera era si me ponían el cassette con la canción infantil «Un globo, dos globos, tres globos».  Entonces y sólo entonces…el pequeño Carlos comía. Os imagináis la escena? os imagináis las caras mi mis padres escuchando por decimoquinta vez la canción de los globos?

Con los años nació mi hermana Irene, y con ella los celos llegaron. Hubo incluso un día en el que el pequeño Carlos fue fotografiado por sus padres y con la pequeña Irene con una «Polaroid»…y al finalizar la foto no quería soltar al bebé por nada del mundo, gritando que era suyo: «menudo susto, madre mía». Me recuerda mi madre con mirada en plan: «Hijo, ya te vale!».

Estaba claro pues que la maldición se había cumplido y con creces, y es que un servidor ya no sólo lloraba por todo como su madre, así que aquella maldición había llegado a límites que nadie de mi familia hubiese podido imaginar jamás . A parte de quejica, «pesadete», y chinchón con mi hermana pequeña, había algo más: No sabía perder. Así que  un día después de que mi papá se dejara ganar al entrañable juego «centípede» una y otra vez durante semanas para que el niño estuviese contento, se cansó de perder…y entonces me  ganó. Me cuentan que el cabreo del pequeño Carlos….fue monumental.

Entonces un día, que creo que también llovía y también había rayos, mi madre la «Consuelito», invocó otra vez a esas extrañas fuerzas  y me echó la misma maldición: «Sólo deseo que tengas un hijo cómo tú!», me dijo con cara de personaje de la peli «Alguien voló sobre el nido del cuco». Y entonces otro rayó cayó encima de un árbol y esta vez con tanta fuerza que rompió parte del cartel de la churreria del Jose de delante de casa. Los del barrio incluso hoy en día  cuando me ven en el «Condis» comprando pan «bimbo» y pañales o tomándome un café en el «Rubick», hablan entre ellos y dicen: «mira, ese es el de la maldición, vayámonos rápido», incluso si un día os pasáis por  mi chulada de barrio, podéis ir a la churreria  a comer esos fantásticos churros y de paso, que os cuente Jose  aquel episodio de la tormenta y como casi el cartel le abre la cabeza.

Después de aquellas palabras de mi madre y  al cabo de unos años… nació Martí.

Desde muy pequeño, Vanessa y yo pudimos comprobar que la maldición se había hecho realidad…otra vez. Y es que ya desde los primeros meses Martí sólo se dormía con el pecho de su madre, ese quizás fue el primer aviso. Con el paso de estos 3 años de vida, os voy a explicar varios síntomas para que veáis que la maldición está más viva que nunca…por ejemplo: A Martí le molesta también los trocitos de papel enganchados de la tapa del yougurt, te dice que primero quiere cereales y al cabo de un minuto prefiere una tostada o cualquier otra cosa. Para hacer la siesta, hay que sacarlo de casa con el carrito y  pasearnos por todo el barrio, con toda la solera a las 15.00 de la tarde de un fin de semana para que se duerma. Se enfada también si pierde jugando  a la pelota o echando una carrera, o si le cuentas los cuentos en diferente orden de los que te ha dicho en un inicio. Te dice que se viste sólo, luego reclama al papa, luego a la mama, luego los muchachos (los surtidores pez), te marea…te marea….Te hace recoger todos las piedras y palitos de todos los parques y si te pilla tirándolos de escondidas, prepárate para la 3ª guerra mundial. Una pequeña herida, o una picada de mosquito en ss cuerpecillo puede ser un auténtico drama. Y si quiere aquel episodio de «La casa de Mickey Mouse» en especial «El tesoro de Clarabel» tiene que ser aquel sí o sí, así que ya puedes volverte loco buscándolo por 20 0 30 capítulos que no tienen título en el DVD, o peor aún: Si quiere otro episodios de Mickey Mouse pero con subtítulos porqué durante una época, el mando del DVD estaba estropeado y salían los episodios con subtítulos por error…pues eso, a ponerle subtítulos, ni que sean en checo.

Sí, en ocasiones he tenido ganas de invocar a esas fuerzas y seguir con la maldición, y que lloviera mucho y  que sonará música de «peli» de miedo antigua, y que ardiera el barrio de «Sant Martí», me da igual y entonces y sólo entonces…decirle a Martí las palabras señaladas….sin embargo no lo voy a hacer, no, más que nada porqué si se vuelve a romper el cartel de la churreria, el Jose no me lo perdonará  nunca.

Cada niño es un mundo, cada niño tiene unas necesidades, unos sentimientos que expresa cómo mejor puede, y si llora mucho, digo yo que será por algo, no? Así que dejemos entre todos de etiquetar a los niños de si son más llorones, brutos, bestias, malos,plastas, buenos, bichos, «nervios»…etc  y ayudemos-los entre todos un poco más. Y sí, Martí me saca de mis casillas, pero si tuviese que etiquetarlo…diría que es ENCANTADOR.

Quien sabe si a pesar de no haberle echado la maldición a Martí,  nuestra familia esté ya  marcada  generación tras generación para siempre. Si es así no pasa nada hijos, no se lo tengáis en cuenta a la yaya «Kuki», que es quien lo originó todo, ya la conocéis…es todo amor y hasta la persona más buena y maravillosa del mundo, puede echar una maldición de vez en cuando, o no?

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1 comentario en “LA MALDICIÓN DE LA YAYA «KUKI».”

  1. Como me he reído con tu historia!!!! A mi, mi madre me echó la misma maldición, cuando era pequeña, por culpa de mi problema con la comida, es decir, nunca comía, y siempre lloraba, no me servía nada, solo los sobornos de comprarme algo.
    Un día, con 4 años, mi abuela hizo pasta con tomate solís de toda la vida. Obviamente, yo no quería, y todos estaban desesperados, mi madre chillaba y mi abuelo me prometió que si lo comía todo me compraría tres globos. Me lo acabé en 5 minutos. Problema, que mis abuelos vivían en medio de una aldea de 4 casas en el pico de una montaña, que la única cantina estaba cerrada y no teníamos transporte. Solución: para que su querida nieta dejara de llorar, se subió al burro y recorrió más de 20 kilómetros para traerme los globos.

    Ese día, mi madre me echó esa misma maldición. Nada de rayos, ni truenos, pero igualmente, recuerdo ese día. Y cuando sea madre, miedo me da, porque siempre me recuerda ese día.

    BESOTES!!!

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